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Es bien sabida la mala relación que tiene el cristianismo con el acto de la genitalidad, al cual considera un comportamiento adecuado sólo para parejas heterosexuales que formen un hogar establecido (matrimonio). Dentro de esa unión el coito debe ser la expresión del amor mutuo y no prestarse a la concupiscencia, por lo que los actos que no están ligados directamente con la reproducción son considerados pecaminosos. Esta concepción de la sexualidad intenta proteger a la pareja del desequilibrio que produce convertir las relaciones sexuales en el aspecto primordial de una relación, más esa no es una decisión que la Iglesia pueda tomar por sus feligreses ya que involucra aspectos personales en los cuáles sólo nosotros –al arbitrio de nuestra conciencia- tenemos voz y voto. Además es una superstición ingenua creer que nuestros actos íntimos puedan herir o afectar a un Dios omnipotente con infinita capacidad de amor. Las normas religiosas respecto al sexo son sólo contravenciones sociales impuestas para mantener el orden en una sociedad que fácilmente tiende hacia el caos o hacia la entropía. La prohibición de la religión judaica respecto al cerdo se debe a que este animal no era tan rentable para los pueblos del desierto como si lo era la oveja, productora de carne, lana y leche. El celibato obligatorio de los sacerdotes católicos nació de la necesidad de proteger los bienes de la Iglesia para que no los heredaran la esposa o los hijos del sacerdote fallecido. En un mundo donde el conocimiento está a un clic de distancia, debemos revaluar muchos de los tabúes religiosos antes de asumirlos como propios. |
lunes, 24 de febrero de 2014
SEXO ANAL, UNA DECISIÓN PERSONAL
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